Alticulo de opinión
Escristo por armando Pérez Martínez
La añoranza y la nostalgia se han hecho cómplices para atormentarme, logrando que me apene cuando amigos, familiares y conocidos, colocan en facebook fotografías de cuando eran niños. No he sido tan afortunado como muchos que pueden darse ese lujo. Cuánto añoro un tesoro de esos para dejar de estar, rompiendome la cabeza pensando cómo era yo en la infancia.
Recuerdo como ahora, cuando a la edad de 6 años, me fue tomada junto a dos de mis hermanos, la primera, última y única fotografia en mi niñez. Estabamos vestidos los tres con ropas similares, pantalón y camisas de poliester a cuadros verdes, negros y gris, así como tenis "campeones", la única marca existente, y medias azules casi a la altura de las rodillas. Hubo que esperar largo rato a que dejara de llovisnar y saliera el sol, sin el cual era imposible que la vieja cámara, anticuada ya para esos tiempos, pudiera funcionar; esperabamos y esperabamos, pero nada, en lugar de aparecer, lo que afloró fue un hermoso arco iris que emergía de entre las grandiosas montañas y los cafetales. La leve lluvia de aquella tarde mágica, había aplomado el abundante cabello lacio peinado de tal forma, que llegaba hasta mis ojos cubriendo parte de las orejas, mientras mis dos hermanos mayores que yo, quienes por el contrario lucían cabello desaliñado y reseco, dado que por estar arrimados al fotógrafo curioseando con la camara, no habían salido de la casa, también esperaban inquietos, hasta que de pronto ocurrio el milagro: salió un tímido sol que fue en el acto aprobechado por el "artista del lente". El fotógrafo tardó aproximadamente veinte días que parecieron meses para regresar con la fotografia debidamenre revelada. El acontecimiento de cuando vi mí imagen por primera vez, es inolvidable, tal vez porque ni siquiera en el espejo tenía la oportunidad de ver como era mi alegre e inocente carita de niño, debido a que mi padre desde la vez que el gallo "padrote" de las gallinas lo rompió a aletasos y espuelasos, al reemplazarlo tuvo el cuidado de impotrarlo muy alto en la sala de la casa, fuera del alcance del curioso animal. Sin embargo el destino fue fatal también con la que hubiese sido hoy mi más preciada jolla, ya que justo cuando la dichosa fotografía cumplió sus tres años de existencia, corrió peor suerte que el espejo, porque no tan sólo ella, si no la casa entera fue arrazada por el ciclón David, y ahí acabó todo. La segunda fotografía me fue tomada al obtener la primera cédula, a la edad de dieciocho años. El problema consistía en que a los fotografos "campestres" no les agradaba ir al paraje donde nací y crecí junto a mis padres y hermanos; alegaban que era muy lejos y que la distancia, el frio y la lluvia, les dañaba las pilas de la cámara fotográfica, además de que era necesario pasar el río Mahomita once veces, para luego tomar empinados y tortuosos caminos, pertenecientes a esos majestuosos parajes verdes denominados Vallejo, Meliton, Monteada Nueva, entre otros.
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